lunes, 5 de julio de 2010

CAPITULO II: El Ramón

Despertate que se te hace tarde, Ramón!-
Otra vez eran las siete y media y Ramón todavía no había salido de la cama. Casi se podía figurar ella por completo lo que sucedería a continuación.
- ¡Dale vago, inútil de mierda que sólo sirve para gastar la poca plata que traigo a la casa! ¡Si no te levantas, te juro que te hago salir por las malas!-
Por la mente de Ramón, quien estaba más que despierto tras ese bombardeo de insultos que le daba de lleno en su dolorida cabeza, sólo pasaban respuestas a su mujer; una más subida de tono que la otra. - ¿Por qué no te dejás de joder de una vez por todas y me dejás que haga lo que se me cante la gana? ¡Soy un hombre bastante grande como para que una vieja reventada como vos me diga qué hacer! Además, no me siento bien, así que no voy a ir.-
Ramón Ledesma, a sus cuarenta y siete años, se sentía en poder de su vida. Él trabajaba de naranjita* de manera independiente, razón por la cual era su propio jefe. Eso le otorgaba la capacidad de darse a si mismo todas las vacaciones, francos y descansos que quisiera, pero también tenía la desventaja de que, siendo Ramón como era, los descansos nunca escaseaban. Tales atributos en manos de un hombre de la clase de Ramón, es decir, un vago y un alcohólico; no hacían mucha gracia a su mujer, quien debía trabajar el doble para cubrir todos los gastos. Y con todos los gastos me refiero a los cigarrillos, el alcohol y las salidas para él, la ropa de moda, el maquillaje, la peluquería y el televisor nuevo para ella y, si algo sobraba, la comida, los útiles escolares y las prendas mínimas para los cinco hijos que la pareja había engendrado. Digamos que ninguno de los dos era un santo, pero por lo menos ella sabía renunciar a sus comodidades cuando los chicos realmente necesitaban algo. No es que fuera mala madre, sino que de chica la habían acostumbrado a la buena vida y, de repente, cuando se casó con Ramón todo su castillo de ensueños se vino abajo.
Él, por el contrario, siempre había sido un pobre diablo. Desde pequeño se había introducido a la delincuencia, producto del abandono de su padre y de una madre que debía dejarlos a su propia suerte cada día para ganar unas monedas como planchadora en unas casas del barrio más adinerado de la ciudad. Por la noche, creyendo que ninguno de sus doce hijos sabía, salía a ganar el resto del dinero que hacía falta prostituyéndose en las calles. De más está decir que con esta familia ejemplar, la mayoría de los hermanos de Ramón, y él mismo incluso, abandonaron la escuela antes de finalizar la primaria. Sólo el menor de los doce terminó la secundaria y ahora tenía un supermercado.
Sí, Ramón tenía sus motivos para haber salido como salió; pero eso no lo eximía de sus atroces actos. Incluso estuvo preso un año y medio cuando tenía diecinueve años, antes de ser dejado en libertad, por el robo de una farmacia muy conocida en Córdoba. Él y sus amigos de la calle habían estado involucrados en muchas otras fechorías, sólo que esa fue la única vez que lo atraparon.
Ahora, Ramón era un hombre ajado por los años, el alcohol y la pobreza. No trabajaba lo suficiente como para mantener a su familia, tomaba casi todas las noches para ahogar sus penas de "víctima del sistema" y ésto lo llevaba a golpear a su mujer, a pesar de que era ella quien lo mantenía prácticamente por completo. Ya nada quedaba en su corazón que pudiera ser rescatado como bueno y aún así Griselda lo seguía viendo entrar cada noche a la casa, borracho y agresivo, sin un peso; y lo amaba. Lo amaba intensamente cada mañana al despertarse, tras decidir que lo perdonaría por lo ocurrido la noche anterior. No era apuesto ni mucho menos y sus encantos se reducían a contar un par de chistes cordobeses y a bailar bastante bien el cuarteto*; pero ella vivía en una ilusión. Ella vivía esperando pacientemente a que el Ramón que conoció mucho tiempo atrás renaciera por milagro un día.
Pero ese amor no duraría para siempre. No si él continuaba con su plan de volverla loca todos los días.
Ramón, por otra parte, no correspondía a su amor. Él la había desposado sólo ante la urgencia del primer embarazo de Griselda y ahora se sentía atado a esa casa; ya que no podía valerse por si mismo sólo con el trabajo de naranjita y sin una casa. Quizás hubiera podido robar algo y vivir en casa de su madre, pero su estrecha mente no concebía un plan tan elaborado, sobre todo porque el ochenta por ciento del día estaba ebrio o al borde de estarlo. Ramón debía aceptar que esa era su vida y que sería así por un largo tiempo.
Lo único que alegraba su existencia eran las salidas con amigos, donde tomaba hasta hartarse, engañaba a su esposa con cualquier jovencita que estuviera dispuesta a prestarse para tal acto y, sobre todo, gastaba dinero, mucho pero mucho dinero. 


*narajita: Nombre local para designar la persona que cuida de los autos estacionados en la calle, recibiendo a cambio una especie de propina. Se le da ese nombre por su característico chaleco reflector de color naranja.
*cuarteto: Género de música popular de Córdoba , Argentina, que se caracteriza por un ritmo movido y tropical. Es escuchado en toda la Argentina y algunos países sudamericanos. Desde su creación en los años cuarenta, fue bailado exclusivamente por la clase baja y despreciado por la clase media y alta. En los años noventa, el género se volvió más popular en toda Argentina y su consumo se expandió por un gran sector de la población, sin distinción de clases.

domingo, 4 de julio de 2010

CAPITULO I: La Griselda

Amanecía otra vez en la ciudad de Córdoba y así también en Villa Siburu, cuestión que concierne algo más a esta historia.
Las calles de tierra, llenas de basura y charcos de una infecta y pestilente agua servida, estan desiertas. Nadie se anima a salir a esas horas en las que la media luz no es suficiente para revelar los peligros ocultos en cada esquina. No han pasado de las seis y media, pero Griselda ya esta despierta y calienta el agua para el mate con pesadez. Ella sabe bien lo que  le espera dentro de un par de minutos, cuando el reloj de la cocina dé las siete  y  tenga que iniciar la ardua labor matinal. -¡Todos los días lo mismo!... Cómo me gustaría irme a la mierda... Ojalá que un día me muera y así va a ver todo lo que me necesita... Pero, después de todo, él no es más que una víctima de la vida que le tocó llevar... No se merece que piense así de él.... Mejor le dejo mi criollito esta mañana a ver si le mejora el humor-. Todo ésto pasaba por su exhausta cabeza de mujer trabajadora. Y era cierto, él no es más que otra carga sobre sus débiles espaldas, pero ella no podía dejar de perdonarlo cada mañana al despertarse. Ésto se había hecho un hábito desde que llego esa noche de octubre, hace ya veinticinco años, en ese deplorable estado y con un fuerte olor a alcohol que ahora lo caracterizaba. Ella hizo lo que pudo por calmarlo y hacerle ver lo mal que eso le hacía a su relación, le imploró que no entrara así a la casa y se aferró firmemente a su primogénito quien por esos días aún contaba con unos meses. Él sólo se rió de sus ruegos y la hizo a un lado para entrar a la casa a zancadas y tomar la última caja de vino que quedaba guardada oculta inútilmente por ella. Griselda se resistió, le gritó y le hizo frente con valentía sacada quien sabe de donde. Allí fue cuando él cometió el primero de sus "errores", sus impulsos sin intención, aislados e impunes que, obviamente, "no se iban a repetir". Fue en ese momento que él, dándole la primera de una interminable serie de bofetadas, inicio la pesadilla en la que desde esa noche sería la vida de Griselda Cuevas de Ledesma. Y nadie podría detenerla salvo ella misma... Que lástima que a pesar de  todo, ella lo amaba y cada mañana lo volvía a perdonar.
Esa mañana de cielo despejado y radiante sol no iba a ser distinta a las demás.