domingo, 4 de julio de 2010

CAPITULO I: La Griselda

Amanecía otra vez en la ciudad de Córdoba y así también en Villa Siburu, cuestión que concierne algo más a esta historia.
Las calles de tierra, llenas de basura y charcos de una infecta y pestilente agua servida, estan desiertas. Nadie se anima a salir a esas horas en las que la media luz no es suficiente para revelar los peligros ocultos en cada esquina. No han pasado de las seis y media, pero Griselda ya esta despierta y calienta el agua para el mate con pesadez. Ella sabe bien lo que  le espera dentro de un par de minutos, cuando el reloj de la cocina dé las siete  y  tenga que iniciar la ardua labor matinal. -¡Todos los días lo mismo!... Cómo me gustaría irme a la mierda... Ojalá que un día me muera y así va a ver todo lo que me necesita... Pero, después de todo, él no es más que una víctima de la vida que le tocó llevar... No se merece que piense así de él.... Mejor le dejo mi criollito esta mañana a ver si le mejora el humor-. Todo ésto pasaba por su exhausta cabeza de mujer trabajadora. Y era cierto, él no es más que otra carga sobre sus débiles espaldas, pero ella no podía dejar de perdonarlo cada mañana al despertarse. Ésto se había hecho un hábito desde que llego esa noche de octubre, hace ya veinticinco años, en ese deplorable estado y con un fuerte olor a alcohol que ahora lo caracterizaba. Ella hizo lo que pudo por calmarlo y hacerle ver lo mal que eso le hacía a su relación, le imploró que no entrara así a la casa y se aferró firmemente a su primogénito quien por esos días aún contaba con unos meses. Él sólo se rió de sus ruegos y la hizo a un lado para entrar a la casa a zancadas y tomar la última caja de vino que quedaba guardada oculta inútilmente por ella. Griselda se resistió, le gritó y le hizo frente con valentía sacada quien sabe de donde. Allí fue cuando él cometió el primero de sus "errores", sus impulsos sin intención, aislados e impunes que, obviamente, "no se iban a repetir". Fue en ese momento que él, dándole la primera de una interminable serie de bofetadas, inicio la pesadilla en la que desde esa noche sería la vida de Griselda Cuevas de Ledesma. Y nadie podría detenerla salvo ella misma... Que lástima que a pesar de  todo, ella lo amaba y cada mañana lo volvía a perdonar.
Esa mañana de cielo despejado y radiante sol no iba a ser distinta a las demás.   

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